Habían transcurrido sólo unos 5 meses desde aquella legendaria victoria en manos del General Ignacio Zaragoza cuando el ejército francés, bajo el mando del General François Bazaine, ya había ocupado Tampico. Con el paso de las semanas Xalapa ya había sido tomada por los invasores. El avance de los franceses seguiría constante a lo largo de 1863 y los mexicanos tuvieron que sufrir derrota tras derrota (con excepción de la Batalla de Camarón, en donde aproximadamente 65 soldados franceses no podían hacer mucho contra unos 2000 mexicanos) hasta que finalmente la Ciudad de México sucumbió en junio de 1863. La batalla de Puebla, entonces, sólo había servido para retrasar el ataque a la capital. Llegamos a ese punto en el que es importante destacar que lo subsecuente intervención francesa y el imperio de Maximiliano de Habsburgo no habrían sido posibles sin ayuda del interior. Maximiliano no era un malvado y ambicioso personaje que buscaba apoderarse de México costase lo que costase, Maximiliano fue más bien traído a México por engaño de los miembros de la Junta Superior, que había designado como presidente interino durante la intervención al General Almonte, y que había decidido que México debía ser un imperio católico, invitando a Maximiliano a tomar la corona.
Es así como a dos años de la batalla de Puebla, Maximiliano llegaba al puerto de Veracruz con el respaldo de los conservadores y del mismo Napoleón III; sin embargo, para los conservadores fue un duro golpe a la moral el ver que Maximiliano tenía ideas más bien liberales y que impulsaría o continuaría algunas de las reformas que había propuesto Benito Juárez con respecto al reparto de la tierra y las relaciones con la Iglesia. Existe vestigio de una carta enviada al nuncio papal en México, el Monseñor Meglia, en la que Maximiliano le reclamaba el hecho de que la educación evangélica no fuera gratuita, y más importante aún, el hecho de que la Iglesia “por una lamentable fatalidad, se ha mezclado demasiado en la política y los negociosos temporales, descuidando por esto la instrucción católica de sus ovejas”. Una carta similar es la que Carlota envío a la Emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, en la que califica literalmente a los conservadores mexicanos como bestias, por “creer que la religión consiste en los diezmos y en la facultad de poseer”.
El descontento de los conservadores no sería nada comparado con el de los liberales, que seguirían al pie del cañón durante todo lo que duró el imperio. Había intereses externos de ambas partes, los conservadores siendo apoyados por la corona española y los liberales por los presidentes estadounidenses Abraham Lincoln y Andrew Johnson. Aquí cabe hacer un paréntesis para decir que un factor externo que hizo posible la intervención francesa y el segundo imperio fue la coincidencia cronológica de estos eventos con la Guerra de Secesión en Estados Unidos, que evitó el apoyo de la Unión Americana a los liberales mexicanos en ese momento. Una vez acabada la guerra, el país del norte se encontraba en mejores condiciones para poder apoyar a los liberales con armas y apoyo logístico. Más desfavorable para Maximiliano fue la unificación alemana, que hizo que Francia y Austria ya no pudieran enviar refuerzos a México y, por el contrario, requirieran el mayor número de tropas posibles para hacer frente a la amenaza que Alemania representaba.
Es así como los liberales fueron ganando terreno hasta que Maximiliano se vio forzado a huir a Querétaro al mismo tiempo que Porfirio Díaz (otro de los grandes “villanos” de la Historia de México) sitiaba la capital. Maximiliano y las tropas conservadoras resistirían varias semanas el sitio de Querétaro hasta que perdieron control de la ciudad. Maximiliano fue enjuiciado junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía y posteriormente fusilado en el Cerro de las Campanas. Sus últimas palabras fueron: “¡Mexicanos! Muero por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. Ojalá que mi sangre ponga fin para siempre a las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”.
Bibliografía.-
Arredondo, B. (1972). México en el siglo XIX. México, D.F.: Ed. Porrúa.
Sierra, J. (1977). Juárez: su obra y su tiempo. México, D.F. Editorial del Valle de México.
Con imagen de.-
Biografías y vidas.
Rubén Ibarra
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