El sistema de competencia que gobierna en nuestro futbol tiene sus particularidades. No recuerdo la última vez (si es que hubo alguna, incluyendo torneos largos) en la que el equipo campeón alza la copa tras perder por dos goles el partido definitivo en casa. No es demeritar que Toluca sea el nuevo monarca -porque al final de cuentas, a Cruz Azul le pasó lo mismo en la ida-, pero sí deja un agrio sabor de boca.
Basta recordar que el Apertura 2008 tuvo al superlíder con el puntaje más bajo en torneos cortos, San Luis, con 29 unidades. En realidad, ningún equipo de los 18 contendientes pudo presumir un paso regular a través de las 17 jornadas. La Final, como dije, no desentonó en ese sentido: Cruz Azul y Toluca fueron sol y sombra en los dos partidos.
La Liguilla ofreció algunos momentos de emoción, lo cual agradece el aficionado común. La Final, especialmente en la vuelta, nos generó lo mismo. Aún al más neutral de los hinchas se le eriza la piel en una muerte súbita en un choque por el título.
Y el arbitraje de Roberto García Orozco es para hacer reflexionar a la Comisión de Árbitros. Sus errores fueron más allá de asuntos de criterio o de simples errores humanos. Resulta increíble que la jugada sobre César Villaluz no haya sido marcada como penal, la cual, peor aún, dejó a la Máquina con 10 hombres por 50 minutos. Y también la expulsión que se le perdonó antes a Gerardo Torrado. Sus decisiones empañaron la credibilidad del resultado, algo que no se puede permitir en esta instancia.
Mi único deseo respecto al futbol mexicano para el próximo año es que nos rinda a los aficionados mejores cuentas.
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